Imagínate volverte ficción. Te pones a escribir y creas, creas, creas, aunque no me creas. Te metes en el tintero y te escribes. Entonces ya es muy tarde cuando te das cuenta: acabas de escribirte. Te pasaste al otro lado y de repente te llamas Sunae. Ya nadie te trata de escritor en la calle, no te toman en serio porque eres un “escribido”. En fin, no existes. Nadie existe.
Desde chiquito, seis o siete años, Sunae se pasaba las tardes rompiendo las campanitas de mamá con la pelota roja que papá le había regalado el “día del niño”. Papá lo ayudaba. Uno podría pensar que papá se había regalado la pelota en su día. Brillaba, rodaba muy rápido, era liviana y chiquita, pero era lo necesario como para romper porcelana.
Sunae siguió así. Todo cambió, todo menos su amor por el fútbol. La pelota también había sobrevivido al pasado a veces absoluto, pero mamá no se rendía, compraba campanitas nuevas cada tres días y las colgaba en el mismo pasillo. A veces se escucha decir que el fútbol mueve países enteros e incluso decide el destino final de sus ciudadanos, aunque nadie diría que también tiene el poder de otorgarles paciencia a las mamás. Pero el problema de Sunae era otro.
Seis o siete “días del niño” más tarde, papá le regaló Fever pitch, escrito por Nick Hornby, fanático del Arsenal de Inglaterra. Lo leyó en el parque, en el auto, en la escuela, en la cancha, embarrado y con un paraguas para que la lluvia no destruya las páginas del libro de su infancia. Qué sería de nosotros si todos nos pusiéramos a ser fanáticos del Arsenal leyendo y no viendo los partidos ni usando su camiseta.
Pero Sunae no decidió ser futbolista, sino escritor, y se lo decía a su mamá cada día, mientras arreglaba la casa. Y así mamá le compró un cuaderno grande, con hojas gruesas muy lindas, sin cuadriculado, y su primer Parker para escribir su primer cuento. No hay nada como escribir en un cuaderno que mamá te regaló.
Cinco días después mamá compró el segundo cuaderno, y tres semanas después le compró la segunda Parker. Sunae, hincha del Arsenal, escribía y creaba deteniéndose solamente para seguir pateando la pelota con papá. Las primeras campanitas rotas eran ya un pasado ancestral. Fútbol y tinta se juntaron definitivamente en ese niño de la cocina que le prometió a su mamá ser algún día escritor y convertirse en lo que escribía. Diecinueve años tenía, cuando el nuevo jugador del Arsenal se incorporó al más lindo equipo de Londres.
Ashburton Grove, su barrio, lo había recibido con barras enteras cantando su nombre. Era un vecindario pequeño, lleno de casitas de ladrillos y techitos negros, muy en combinación con la eterna lluvia. El técnico del equipo le había conseguido un departamento en un pequeño edificio lleno de más hinchas del Arsenal. Sunae estaba feliz, el Arsenal también. Jugar en el Arsenal es un sueño, y si sueñas también escribes, así que sus cuadernitos siguieron siendo llenados con tremenda pasión. Cinco goles por cuento.
He’s red, he’s white, he’s fucking dynamite!, le cantaron la primera vez que marcó un gol, contra el Tottenham. Se sintió como cuando los grandes escritores que vivían en París eran saludados por todo el mundo y enterrados en Suiza llenos de gloria. Sunae (19 años, 1,88 m, 72 Kg. volante ofensivo, diestro) era el nuevo ídolo del norte de Londres, del Londres de Shakespeare, de la reina Elizabeth, de los castillos en medio de la ciudad, del Londres que él escribía.
El número 14 del Arsenal escribía todos los días, se comía libros y sushi, recordaba el canto de la hinchada el domingo de su primer gol, caminaba por los puentes, visitaba las galerías de arte, veía el tenis, paseaba por el campo, le escribía a mamá y a papá, andaba con una que otra novia, metía goles y escuchaba jazz. Su escritorio e madera de pino, lleno de hojas dispersas, era su mejor compañero. Ya lo habían saludado por las calles muchas veces, comentando el penal que le hicieron o celebrando su hat-trick. I’m fucking dynamite, pensaba. El Londres que le cantó cuando marcó contra el Tottenham estaba ahora en sus hojas. Mamá veía la tele y gritaba de alegría con papá todos los domingos por la mañana.
- Bueno, capitán, mañana es la final y te quiero ver levantar la copa y traerla para desfilar por Ashburton Grove – le dijo el técnico, el día del clímax de su carrera. El capitán se retiró de la oficina del manager nervioso, feliz, saludó a los demás, entrenó y retornó a casa. La final era en su estadio y Sunae ya se imaginaba a los grandes, cuando corrían dando la vuelta olímpica con la copa en las manos, gritando y abrazando a los hinchas más cercanos a la cancha. Pero Sunae no podía dejar de escribir. Quién no quisiera correr la misma tragedia.
El número 14 comió, leyó, llamó a papá y a mamá, durmió y ya se encontraba con el equipo en el pasillo de entrada al estadio, con la cinta de capitán en el brazo, escribiendo. Escribía Londres, escribía pelotas, escribía mundos, escribía campanitas, se escribía. Se encontraba donde se encontraba todos los días.
Sunae no sabía dónde se encontraba. ¿Y la final? Nada. Londres era palabras, lo mismo que él. Me había ido al otro lado, me había escrito, me había vuelto ficción.
Joder, Suné, qué haces, entra a la cancha. Pero yo ya no existo, soy ficción.
EL ESCRIBIDO
Por Andrés Peñaloza Lanza el viernes, diciembre 04, 2009 2 comentarios
DE LA IMPORTANCIA DE USAR MESAS REDONDAS Y DE CÓMO ÉSTAS EL MUNDO CAMBIAR PODRÍAN
En el restaurante de la 73 y Vogelstrasse nadie se habla. Nadie se habla, nadie dice nada, nadie comenta siquiera las pizzas de sushi o por qué el cajero no se asusta cuando se le pasa la sal de mano a mano. Nadie comenta sobre la construcción del nuevo túnel interoceánico justo debajo de la mesa donde almuerza Hendryk, el joyero, a las 12:15. Nadie comenta ni se pregunta por qué al cruzar la cocina uno ha llegado a Viena o por qué al abrir la tapa del retrete de mujeres puede verse al Ministro de Gobierno haciendo tratos con las secretarias de su homólogo del Ministerio de Defensa. En el restaurante de la 73 y Vogelstrasse nadie se habla.
Nadie se habla y esto sucede por una razón: las mesas no son redondas, cada uno vive en su mundo cuadrado y diminuto a tal punto que olvida pedir la factura. Uno se sienta y la longitud de madera que tiene uno en frente es la medida de la soledad del solitario: mientras más corta, más pequeño y triste el solitario mundo. Para ampliar la pequeñez de la soledad, los cuatro lados de la mesa (que, para colmo, no se salva de ser algún día trasladada o destruida para la construcción del interoceánico) son abarcados todos por el –nótese-“individual”, la jarra de limonada, la cucharita del postre, la alcuza, las servilletas, la agenda,
Pero un extraño día, sin obreros debajo de las mesas ni clientes supersticiosos, Pascual, el carpintero, aún con el langostino al ajillo en la boca, observa una de las esquinas de su mesa. Sin hacer cavilaciones agarra una sierra pequeña y corta la esquina. Llevado por sus impulsos de oficio procede a cortar las cuatro y, más tarde, a lijar las puntas de los cortes. “Señor Hendryk, siéntese a mi lado”. Extrañadísimo por la interpelación, el joyero se acerca y le obedece. Ninguno sabe cómo continuar. “¿Y ahora?”, pregunta Hendryk. “Y ahora nada, acabo de inventar la mesa redonda”.Y ese fue el primer diálogo sostenido en siglos en el restaurante de la 73 y Vogelstrasse.
A pesar de construcciones de túneles masivos y retretes incoherentes con el común mundo exterior, el mundo puede continuar gracias a la invención de la mesa redonda hecha por los carpinteros que almuerzan en los restaurantes al medio día. La gente conversa y conoce el resto del universo porque tiene a la derecha, a la izquierda y al frente suyo alguien con quien compartir la indiferencia del cajero y las pizzas de sushi. En fin, el mundo no es cuadrado, señores, es redondo.
En el restaurante de la 73 y Vogelstrasse ya se hablan todos.
16 de noviembre de 2009
Por Andrés Peñaloza Lanza el lunes, noviembre 16, 2009 0 comentarios
EPIFANÍAS, CRONOPIOS, ESCALERAS, INSECTOS Y MUNDOS
Quise hacer algo así como un Aleph de todo lo maravilloso que pude vivir en mi corta vida personal, algo lleno de buena onda, algo que en realidad siempre tiendo a hacer al escribir cosas personales. Lo de buena onda sí me salió, creo yo, pero lo del Aleph está más difícil por lo “inefable” y, obviamente, porque no soy Borges.
Aún así, todos pueden sentir que acaban de presenciar una epifanía y sentirse Borges por unas cuantas páginas, ¿o no? A pesar de no crear nada maravilloso. Uno no tiene por qué sentir nada maravilloso ni descubrir un talismán en un texto. En realidad uno tiene todo el derecho de que el texto no le cause ninguna sensación en absoluto. Es como con los cronopios y los famas de Cortázar:
“Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.
- Buenas salenas cronopio cronopio
- Buenas tardes, fama. Tregua catala espera.
- ¿Cronopio cronopio?
- Cronopio cronopio
- ¿Hilo?
- Dos, pero uno azul”
No se entiende un carajo, pero en el mundo de Cortázar sí, y al terminar de leerlo, sonríes y no sabes por qué, como bien podrías no sentir nada y cerrar el libro.
También podría leer uno Instrucciones para subir una escalera y creer que Cortázar nos está subestimando y cree saber cómo subir las escaleras mejor que sus lectores, o peor, que dichos lectorcillos no lo saben, y por ello necesita instruirlos. Pero un día te sacas la mierda y terminas o en medio de la escalera, de espaldas o de cara, o lejos, muy lejos de ella, con consecuencias variables, y te preguntas: ¿tan complicado será? Le haremos caso nomás: se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas, pie arriba, pie arriba (no confundir pie con pie) y se sale de ella con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso. ¡¿Y si vuelvo y ya no está?! ¿Y si levanto el pie y el pie al mismo tiempo? ¡Ajá! Tan fácil no había sido. Es automático, pero por esta misma razón las viejitas y los viejitos terminan en silla de ruedas. Cortázar vuelve este proceso tan evidente y aparentemente fácil en algo tan complicado que hasta se vuelve tenebroso y llega a asustar. Realmente sería preocupante intentar descender y no encontrar la escalera en el mismo lugar donde se la dejó, o levantar el pie y el pie sin saltar y lograr un logro inlograble.
Uno puede leer también la historia de Gregor Samsa de Kafka y preguntarse por qué rayos nadie hace nada para que el insecto vuelva a ser humano y por qué rayos el mismo personaje no se pregunta qué carajos pasa. Le dan comida, él come. Le mueven las cosas de la habitación, él observa. Le lanzan una manzana en el caparazón y ésta permanece ahí indeterminadamente. Deciden que ya no es útil y que debe desaparecer, y él muere. Pero nunca nadie hace nada para cambiar la historia.
Bulgaria…Bulgaria es un país.
El éxtasis del autor está en decir lo indecible, en escribir lo inescribible, en expresar lo inefable. Lo inefable de las cosas, aquello que está en la mente pero que no se puede expresar, pero que de alguna manera Borges logra hacer con el Aleph al que acabo de llegar y gracias al cual he logrado unir el principio con el final del texto en el cual no he logrado escribir lo que pretendía (aparentemente) ni narrar mis mundos epifánicos maravillosos dentro de un Aleph, pero sí he logrado hacer lo que pretendía: no llegar absolutamente a nada, a ningún punto específico ni conclusión (escrita) más que la de dar vueltas en círculo y plantear la Teoría de los ajos de Bulgaria.
Piensen entonces, ¿qué les causa este texto?
24 de abril de 2009
Por Andrés Peñaloza Lanza el viernes, abril 24, 2009 0 comentarios
INSTRUCCIONES PARA CONTESTAR UN CELULAR
CAMBIO SEMÁNTICO
TÍTULO ORIGINAL: “INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA” DE JULIO CORTÁZAR
Todos habrán tenido que observar que con frecuencia la gente se detiene de tal manera que una mano baja con movimiento elegante hacia el bolsillo del pantalón, y luego la mano mencionada se coloca fuera de este sitio, para dar paso a un novedoso artefacto, conducta que se repite en multitudes o masas humanas hasta cantidades sumamente altas. Irguiéndose y poniendo la mano hábil en uno de los lados parietales, y la otra en el otro correspondiente, se está en sumisión momentánea de un móvil o celular. Cada uno de estos celulares, formados como se ve por miles de elementos, se compra un tanto más caro o más barato que el semejante, principio que da sentido a la oferta-demanda, ya que cualquier otra combinación produciría precios quizá más innovadores o alarmantes, pero incapaces de evolucionar de un aparato inane a un moderno computador.
Los celulares se contestan de costado, pues de frente o de espaldas resulta particularmente difícil. La actitud natural consiste en mantenerse despierto, los oídos atentos sin esfuerzo, la cabeza serena aunque no tanto que la boca deje de articular las palabras normalmente coherentes a las que se escuchan, y presumiendo pomposa y sutilmente. Para contestar un celular se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a un lado al medio, desnuda casi siempre de ropa u otro, y que salvo excepciones cabe exactamente en el bolsillo. Puesta en el referido bolsillo dicha parte, que para abreviar llamaremos mano, se recoge la parte equivalente del lado opuesto (también llamada mano, pero que no ha de confundirse con la mano antes citada), y llevándola a la altura de la mano, se la hace seguir hasta colocarla en el famoso aparato, con lo cual en este aparecerá el dedo, y en el aparato se apretará el botón. (Los primeros pasos son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombres entre mano y mano hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no abrir al mismo tiempo la mano y la mano.)
Llegado en este proceso al segundo paso, basta mover serenamente el brazo hasta encontrarse con el orificio de la oreja. Se sale de él categóricamente, con un ligero clic de celular que lo coloca en su lugar, del que no se moverá hasta el momento del crimen.
22 de abril de 2009
Por Andrés Peñaloza Lanza el miércoles, abril 22, 2009 1 comentarios
ARSÉNICO PARA REFRESCARSE
Poniendo de cabeza los pies, retractémonos del error fatal de morir, creyendo por ésto una muerte que no penetre en el paraíso, ni que tiente al infierno con su ridículo y deprimente dramatismo. El refrescamiento drástico pero eficaz perfora en un punto clave del estómago y un órgano trivial seguido de espasmos y luces, éstas cercanas al túnel, pues la muerte se retracta en el instante en que uno se revela anacrónicamente.
Para refrescarse, vierta el arsénico en su tracto bucal, valiente, y si éste le parece agraz por creer ingerido el ácido por pensar en la inmortalidad mortal, párese en un lago brillante sin nubes o en esos cielos del Salar de Uyuni en los que no vive cualquiera, jamás.
Finalizado el refrescamiento, se sentirá sin dolor la tráquea tragando cien veces con la lengua hacia fuera. Los suicidas amarán sin la contemplación de Dios con la humanidad, y sin miedo en un lago del cielo. Permanencia total del refrescamiento, único intento.
8 de abril de 2009
Por Andrés Peñaloza Lanza el miércoles, abril 08, 2009 0 comentarios
DÍAS DE GLORIA
“Buscando la verdad no saldremos de la ceguera; debemos utilizar las mentiras para decir la verdad y conquistar el universo con esta verdad, la verdad de nuestras ideas, la verdad de nuestra amistad. No intentemos abrir los ojos, abramos nuestras almas y sintamos esta verdad. Sigamos el ejemplo de un eminente hombre, dejémonos inspirar por él, por lo que hizo y por lo que hará, y atrevámonos a ser lo que, como las aves con las alas, nosotros con las ideas podemos ser: mujeres y hombres libres, hombres y mujeres de bien.
Así como nuestra opinión puede enriquecerse de las demás, también debe hacerlo la de nuestra directora. Invito a ella y a todos los presentes a escuchar la opinión y la constancia de amistad que nos quiere expresar hoy ese hombre, nuestro amigo, nuestro apoyo, alguien de toda la vida y de siempre.”
-Joaquín Tapia Guerra
No cualquiera agarra un día y decide ponerse los cojones para atreverse a lo que antes otro no pudo. No cualquiera decide dar un discurso a su mejor estilo el mismísimo día de la graduación y mandar al carajo a la máxima autoridad del colegio. Menos lo hacen los dos mejores redactores del colegio, y para colmo, el abanderado y el odiado por la directora.
No cualquiera, sólo nosotros.
Había pasado cuatro buenos meses luchando contra la maldita burocracia, intentando hacer valer mi derecho a la educación y reparando errores propios y ajenos, pero sobre todo peleando contra toda la mala leche y saña de este país.
Después de lograr subir dos cursos en un mes (el primero, además) y salir bachiller en la ciudad con la mejor calidad de vida del mundo y por un pelo la mejor educación, hablando un idioma y un dialecto diferente, solo, me vi obligado a volver al país de la mediocridad, donde lo bueno no se valora y el objetivo de poner obstáculos al objetivo no es hacerlo más difícil, sino hacerlo imposible.
Mi papá y yo llegamos hasta el viceministro de educación en medio de cartas, seducas, colegios, consulados y demases. Pasé tres semanas en el colegio donde jamás creí que pasaría un solo día, me enfermé más de tres veces, perdí a mi novia y estuve a punto de rendirme.
El 19 de octubre, luego de una carta del viceministro, amenazas y una puteada histórica de parte mía al perro faldero de la directora, entré al colegio, donde los demás prisioneros me esperaban, sin saber que lo eran, claro, pero al fin y al cabo eran mis amigos.
Fue el último mes junto a mis diez amigos de infancia y el recuerdo de los muchos otros que tuve. Aguanté exclusiones del grupo, hipocresías, tratos “especiales” e incluso yo mismo fui hipócrita al disculparme de la puteada histórica a la coordinadora que muy en el fondo me enorgullecía. Si la vida le da inteligencia como para leer blogs, y la suficiente como para leer uno como este, tal vez algún día se entere.
Las últimas semanas nos la pasamos estudiando a más no poder en casas diferentes, juntos, solos, con mil libros. Yo no estaba en la misma situación pero decidí ayudarlos en absolutamente todo. La presión no era la misma en mí pero podía sentirla. Yo seguí en clases dos semanas solo, uno a uno con el profesor. Dos semanas de hostilidad con la autoridad, pero de complicidad con la mayoría de los profesores. Sólo los inteligentes me sonreían. Llegué a conocerlos bien.
Los últimos días los pasé mal, sabía que no me graduaría con mis amigos de siempre y que tendría que seguir por lo menos dos semanas más, cuando ya nadie más estuviera en clases. Llegó la bendita tanda de exámenes de bachillerato y los nervios llegaron al tope. Vi de todo: a Joaquín corriendo de una punta a otra de felicidad, hasta a Sandrito, llorando abrazado de varios, sin saber si pasaría o no.
Al día siguiente lo vi llorar de nuevo, esta vez era porque había vencido tres coloquios y se iba a graduar.
Todos menos Stephanie estaban adentro. Ni yo.
Un día antes de la graduación, todos felices, menos yo y Stephanie, claro, decidieron comer torta y despedirse. Recuerdo que yo estaba en un momento de ira, pasando inglés y escuchando el último de los miles de consejos psicológicos que recibí de Verónica. Me llamaron como diciendo “ya, ni modo”, a comer el último pedazo de torta y escuchar la despedida de la indeseable.
En ese momento estaban preparando el discurso para el día siguiente, y se suponía que estaba planificado llamarme a decir unas palabras como parte del acto. Pues un día antes esa persona retrocedió y no se atrevió a hacerlo luego de una amenaza de la directora advirtiendo que no quería “sorpresitas” y que “podríamos salir perdiendo”.
Mi pésimo día me dijo que me rinda y que solamente sea un espectador al día siguiente.
Mi pésimo día se equivocó y se transformó en casi uno de los mejores, de no ser porque el siguiente sería aún mejor.
- Flaco, te cagas, yo voy a hacer ese discurso y tú vas a entrar -.
Eso fue lo que dijo Joaquín al aparecerse de la nada en mi casa. No lo podía creer. Le insistí en que no se metiera en problemas por mí, pero me convenció muy a su estilo:
- Si te atreves a hacer algo, lo tienes que hacer hasta el fondo, pero nunca a medias -.
Y bueno, lo hicimos. Escribimos, se cortó la luz en media inspiración pero terminamos. Disfrutamos, como buenos escritores, y de nosotros salieron dos discursos alucinantes.
Joaquín había logrado convertirse en el alumno favorito y “doctor” de la directora del colegio durante mi ausencia, pero lo que realmente vale la pena destacar es que este tipazo se convirtió en un escritor que, como el describiría, “da miedo”. Ya no era chiste. Su valentía ese y el siguiente día le valieron mi admiración y aprecio por siempre.
Por este motivo nuestro plan era tan riesgoso. Decidimos introducir un discurso, o más bien dos, fuera de los planes, cuando él tuviera que entregar la bandera a su sucesor. Pendía todo de un hilo, y además pesaba en nuestra conciencia el riesgo de que por nuestra culpa todos sufrieran o algo saliera mal con todos.
- Al carajo, hasta el fondo o nada.
El 29 de noviembre del 2008 Joaquín y yo nos vestimos diferente, nos sentamos en lugares diferentes y apenas nos miramos. En los bolsillos traseros teníamos nuestros pequeños papeles doblados.
Temprano en la mañana aplaudí a los nueve graduados que entraron uno por uno a la cancha y tomaron asiento. Todos vestían togas amarillas con azul. Yo vestía jeans, camisa celeste a rayas y zapatos negros. Aún recuerdo cómo se sentía vestir esa ropa.
Escuché con calma todos los discursos y homenajes. Vi a cada uno de mis amigos recibir su diploma y a algunos llorar. No pude evitar sentir nervios cuando a Joaquín le tocó ir a entregar la bandera. Se levantó y lo hizo, pero cuando todos esperaban que retornara a su lugar, se acercó al maestro de ceremonia y le dijo algo en voz baja, éste asintió y Joaquín se dirigió al frente.
Cerré los ojos y escuché lo que nadie estaba preparado para escuchar:
“Disculpen mi intromisión. Hoy siento la necesidad de agradecer a todos los que en mi tiempo aquí me apoyaron y enseñaron todo cuanto sé. Creo que esto amerita que me tome el atrevimiento de alterar el cronograma.
Durante todos mis años en este colegio he aprendido a pensar, lo aprendí de mis amigos, de mis profesores, de nuestra directora y del lindo grupo que formamos, a todos ellos un profundo agradecimiento.
Buscando la verdad no saldremos de la ceguera; debemos utilizar las mentiras para decir la verdad y conquistar el universo con esta verdad, la verdad de nuestras ideas, la verdad de nuestra amistad. No intentemos abrir los ojos, abramos nuestras almas y sintamos esta verdad. Sigamos el ejemplo de un eminente hombre, dejémonos inspirar por él, por lo que hizo y por lo que hará, y atrevámonos a ser lo que, como las aves con las alas, nosotros con las ideas podemos ser: mujeres y hombres libres, hombres y mujeres de bien.
Así como nuestra opinión puede enriquecerse de las demás, también debe hacerlo la de nuestra directora. Invito a ella y a todos los presentes a escuchar la opinión y la constancia de amistad que nos quiere expresar hoy ese hombre, nuestro amigo, nuestro apoyo, alguien de toda la vida y de siempre. Andrés, por favor.”
Todos se levantaron y aplaudieron. Yo lo hubiera hecho con más ganas de no ser porque tenía que ir al frente, no por mí, sino por lo que acababa de escuchar.
Me miraron pasar. Cuando llegué, saqué mi papel con nervios, pero cuando miré al frente empecé a hablar como nunca antes lo había hecho. A mi lado estaba Joaquín, y más allá la directora con todo su grupo. Al frente estaban todos mis amigos, mirando y escuchando:
“Muy buenos días a todos los presentes, buenos días querido curso. He pensado muchas veces en cómo dirigirme a ustedes, y aunque me parece difícil, creo que me corresponde hacerlo, hoy y ahora, por última vez, porque siento que he sido parte de este increíble curso toda la vida y siempre lo seré. (interrupción: aplausos). A veces me parece extraño dirigirme a ustedes de manera tan formal, más aún hoy, cuando el día es de ustedes y de nadie más. No se preocupen, aquí nadie saldrá perdiendo.
Durante tantos años junto a ustedes y junto a tanta gente que vino y se fue, hemos crecido juntos y nos hemos formado más como gente con buenos valores humanos que como gente académicamente inteligente. A mí no me interesa si ustedes saben integrar, o si saben qué dice Herbert Marcuse, o si han aprendido la demostración del dipolo eléctrico, a mí me interesa que ustedes sean buenas personas, dignas, nobles, humildes, y a veces un poco soberbias, y yo creo que lo han logrado, y es por eso que hoy están aquí. Cada uno de ustedes ha aportado con un valor enorme, valores que me han ayudado a crecer como persona. Es gracias a ustedes que hoy estoy aquí.
Yo también tengo algo preparado, algo que representa lo que siento por ustedes:
Cada uno tiene una virtud, un valor que sobresale por encima de los demás, y quiero resaltarlos uno por uno:
Yoshy: Tú representas para mí la humildad y honestidad. Eres sencilla, muy tú.
Mathiu: Eres la parte que hace que el hombre vuele y cree, lo irracional, el artista.
Iver: Eres el caballero de este curso, gentil, cordial, creo que has aprendido muchísimo este tiempo.
Stephie: Representas la enorme tolerancia de este curso, y hoy mereces estar con nosotros.
Kitty: Durante doce años o más, me has demostrado ser la amistad de este curso, alguien que jamás nos ha hecho falta, porque siempre estuvo ahí.
Gia: Eres una linda persona, desinteresada, das mucho y no pides nada a cambio, tienes iniciativa.
Sandro: Para mí representas nuestra unión. Desde tu humor hasta tus lágrimas, ayer, y hoy, nos han unido.
Fa: Eres chistoso, pero sobre todo leal. En tan poco tiempo has estado siempre a mi lado.
Ale: Eres tierna, me has demostrado que jamás te rindes, siempre con esa sonrisa que últimamente te has animado a sacar más a menudo.
Juaco: Tú representas la grandeza. Eres muy valiente, inteligente, pensador y sobre todo un extraordinario amigo. Por algo eres tú el que está hoy parado junto a mí.
Todos ustedes merecen estar hoy aquí, todos. Hoy tengo diez buenas razones para estar aquí…son en realidad las razones por las que siempre he estado aquí: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Me han demostrado ser las diez mejores personas que he conocido en mis doce años de colegio.
Es por eso que quiero invitar a todos los presentes a dar un gran aplauso por la mejor promoción que ha pisado este colegio”.
Todos se levantaron y aplaudieron, junto conmigo. El aplauso era para ellos, no para mí. El maestro de ceremonia pidió otro para mí.
- Un aplauso para este hombre que sigue en pie y no derramó ni una lágrima -.
Entonces me percaté de eso. Todo mi curso estaba llorando, y muchos en el público también.
- Muchas gracias. A ustedes, todo lo mejor en esta vida, siempre – y me fui, justo cuando la directora se había levantado para pedir que me vaya.
Lo primero que hice fue abrazar a Joaquín a mi lado, y luego caminé a mi sitio, pero a medio camino pidieron que abrace a cada uno de mis amigos.
Fue extraño. Sólo dos no lloraron. Yo tampoco. Nos tomamos nuestro tiempo. Llegué a uno de mis mejores amigos y se disculpó a lágrima suelta el no haberme apoyado el día anterior. El último fue Joaquín, que parecía haber perdido un pariente.
Caminé a mi sitio, guardé el discurso pero tuve que volver otra vez. Me llamaron para soltar los globos con mi curso. Me gradué.
Lo último fue lo más aburrido. Casi nadie escuchó las palabras de la directora. En medio de su balbuceo se me acercaron algunos papás y buenos amigos míos. Al final la directora no hizo el brindis y nos enteramos que se había subido a su Murano sin despedirse de nadie.
Me entregaron un enorme girasol, regalos, dulces y miles de abrazos. El papá de una amiga se me acercó y lloró en mi hombro como si fuera mi hijo. El maestro de ceremonia se acercó y me felicitó. No faltó el desubicado que encontró nuestro acto inoportuno, pero los guiños secretos de los profesores lo hicieron poco importante.
- Vamos a tener que rajarnos si queremos superar esto el próximo año – me dijo un amigo de un curso menor.
Nuestro día de gloria termino en un café. Joaquín y yo brindamos, nos dimos la mano y descansamos para festejar en la noche.
Aún así, todavía me faltaba salir bachiller. Pasé las últimas dos semanas de colegio solo, estudiando como nunca antes en mi vida, de autodidacta, pero me sentía graduado. Le di a esa gente lo que quería. Terminé dando dos desquites temblando pálido en medio de un aula con tres profesores y un intento de profesora, una más de las cómplices de la directora. Fue un 16 de diciembre. Vencí mis dos exámenes orales y salí por la puerta ese martes soleado. Estiré los brazos y caminé hacia el lugar donde me sentaba con Alejandra a charlar a veces. Ahí estaba aún su nombre escrito en las gradas. Lo vi por última vez y me despedí. Ese día mi papá cumplía 47 años.
En ese lugar viví de todo. Reí como nunca, comí de todo, aprendí tal vez el 1% de lo que sé, metí algunos goles y vi algunos otros mejores, vi la presión de esos malditos exámenes, vi la injusticia, vi la felicidad, vi la ira, vi la grandeza, vi la corrupción, vi el éxito, vi la mediocridad, vi la gloria, viví y demostré coraje, pero sobre todo hice amigos y aún los veo y quiero. Lo bueno es que en ese lugar hay más cosas buenas que malas.
Nunca olvidaré el día que Joaquín me demostró que no importa bajo qué riesgo ni consecuencias, siempre hay que hacer lo correcto, mientras tú creas en ello.
Si vamos a despedirnos, que sea con estilo.
“…yo en realidad no he hecho otra cosa, en mi vida, más que llevar hasta las últimas consecuencias lo que vosotros no os atrevéis a llevar hasta la mitad, estimando, además, razonable vuestra cobardía, y con el consuelo de que os engañáis a vosotros mismos. Así resulta que yo estoy más vivo que vosotros”
- Fíodor Dostoievski
21 de marzo de 2009
Por Andrés Peñaloza Lanza el sábado, marzo 21, 2009 2 comentarios
LA VUELTA AL INFINITO
No recuerdo qué día de mayo fue cuando decidimos ir a darle la vuelta al lago de Zürich en bici, Camilo, Dani y yo. Más de treinta kilómetros partiendo de
Lo que sí recuerdo es que era un feriado y mucha gente estaba de viaje, incluyendo a mi familia. Desperté con el espléndido y en cierto momento insoportable Sol de verano. Agarré la flamante bici de carreras que mi hermano me había prestado y partí a
Ahí estaba Camilo Belfiore, el español de Vigo, con una lata de Energy Drink de Migros, dando vueltas por la estación.
- Eh, tío, ¿estas son horas de llegar? – en broma.
- Casi pierdo una pierna, el tram casi me atropella y creo que un auto aplanó mi botella.
- Pero que eres pardo tío, jajaja, ¿en serio?
- Jajajaja sí, ¿me acompañas a ver si sigue ahí?
- Jajaja vamos, Dani dice que llega 9.34
Llegamos al lugar del accidente y
- Diosss, tú si que estás loco, ¿qué hiciste para que tu botella quedara así?
Fui a recogerla y sólo quedaba un pedazo de aluminio, sin tapa y obviamente sin una gota de agua.
- Jajaja hombre, si casi mueres antes de llegar al punto de encuentro dudo que lleguemos a medio camino.
- Jajaja bueno, ya me acostumbré a esta bicicleta, es algo complicada de manejar.
Volvimos a
Dani Wüest, el suizo de casi dos metros, estaba montado en su bici saltando mirándo a todos con sus lentes oscuros.
- Hey, perdonen – sonrió, hablando en suizo alemán siempre - ¿Qué tal, en forma?
- Claro, vamos antes de que a Andrés le pase algo – me miró, rió y todos partimos.
Camilo y Dani son los únicos amigos hombres que tengo en Suiza, por falta de más hombres, por falta de entendimiento con otros hombres y por la mejor relación que tenía con las mujeres allá. Ese día decidí pasar el día con mis mejores amigos hombres y darle la vuelta al objeto de mi deslumbramiento cada día de mi vida en esa ciudad, el lago de Zürich.
Es diferente mirar el mundo desde una ventana que hacerlo más en contacto con él, con más detenimiento y con tus amigos. Pasé por cada pueblo al borde del lago admirándolo todo, como en trance, sin sentir las piernas ni el calor. Cada casa pequeña, cada árbol verde, cada espacio verde entre los árboles donde se posaba la gente a disfrutar del viento a la sombra y de vez en cuando entrando al agua. Cada cierto tiempo pasábamos cerca de los veleros que hacían carreras y competíamos con ellos, como si nosotros estuviéramos también navegando por el lago, ya sin que nos importe qué había al frente nuestro. Éramos el agua, el viento, los veleros y nosotros tres.
Nos detuvimos un par de veces a tomar agua, a charlar, a reparar alguna bici, a observar algo raro en el camino o a decidir si ir por allá o por acá. Antes de medio camino nos dimos cuenta de que ya deberíamos haber llegado a la meta, y el cansancio ya se empezaba a sentir.
Llegamos a Männedorf y nos detuvimos a tomar algo en un kiosco. Vimos llegar el famoso barco de once millones de francos, lujosísimo. Seguimos nuestro camino y llegando a Stäfa decidimos que las piernas tenían que descansar. Tomamos un helado y replanteamos la estrategia. Bastante simple: desde ahora sin parar. Jajajaja todos reímos.
- Hombre ya vamos cinco horas, está por llover y no hemos llegado a Rapperswil siquiera, la mitad del camino. Vamos a llegar de noche – dijo Camilo.
- Que nadie se entere – dijo Dani.
Seguimos a toda velocidad, cerca de 60 kms. por hora cada uno hasta Rapperswil, la mitad del camino y el otro extremo del lago. Ahí almorzamos, como a las tres de la tarde, y seguimos, ya recuperados.
Llegamos a un enorme puente y nos tomamos fotos. Ahí estaban los paisajes que jamás voy a olvidar. Mis mejores amigos, y detrás nuestro un lago infinito. Lo miré mucho tiempo y llegó un momento en el que olvidé que estaba ahí. No se escuchaba nada más que el viento y las olas. Sentía mi cabeza moverse junto con el agua, como si me llevara hasta la orilla de la ciudad, al otro lado, donde estábamos hace cinco horas.
El siguiente tramo fue rapidísimo, lo hicimos en tres horas sin descansar hasta Zürich a 60 kms. por hora con el viento ya frío en nuestras caras. A nuestro lado, siempre derecho, se veía una línea turquesa con ya menos barcos y veleros, subiendo y bajando levemente.
- !!Por si acasooo, si alguien pregunta, llegamos a Zürich en tres horas sin desvíos ni accidenteeees!!!!– gritó Camilo a mi lado.
- ¡!!!!Buenoooooo!!! – gritamos Dani y yo.
Llegamos a Zürich a las nueve de la noche, once horas después de la partida y seis horas después de lo planificado con más de diez pausas, tomando helado, almorzando una hora, sacándonos fotos, con un accidente, riendo y admirando el lago infinito.
Nos despedimos de Dani, que tomó el tren y tuvo que pagar diez francos por llevar la bici, y Camilo y yo nos fuimos en bici a nuestras casas.
- ¿Andrés?– me dijo alguien. Desperté en la hamaca de mi jardín al día siguiente, mi hermano había llegado.
Hay anécdotas en la vida que no tienen que tener mensajes o lecciones de vida, son cosas que simplemente se tienen que contar por el hecho de haber quedado en la memoria. Ese día no lo olvidaré. Ahora mismo puedo ver mi botella de aluminio plana, aplastada por el automóvil que pasó ese día por Zürich, aquí, apoyada en la repisa de mi cuarto, recordando a Dani y a Camilo.
- ¡Hey amante! – se acercó Lea, mi “amante” suiza-costarriqueña, al día siguiente, con un beso, hablando en suizo alemán- ¿y cuánto tardaron ayer en darle la vuelta al lago?
Sonreí.
- Tres horas– y le devolví el beso.
9 de febrero de 2009
Por Andrés Peñaloza Lanza el lunes, febrero 09, 2009 0 comentarios