Todo el mundo quisiera que bajes de las nubes en tu paracaídas aterrizando delante de tu casa para visitarnos aunque sea una vez más, no porque dejaste una de tus misiones incompleta, sino para festejar contigo(¡tanto que te gusta festejar!) que hayas cumplido todas. Ni siquiera un libro de varios tomos podría contar toda tu vida y todos tus logros, porque tu historia va más allá de los hechos. Cada misión que cumplías era parte de una gran misión que acabaste por cumplir con tanto éxito: construir una familia.
No había nacido aún cuando tú luchabas por la libertad de más de una persona arriesgando tu propia vida, pero sé que así fue porque todo el mundo lo recuerda y te da las gracias, “porque hoy vivimos en democracia”. Qué historias más alucinantes las que tuviste. ¿Quién podría escapar de la injusta cárcel dictatorial oculto en un turril minutos antes de una posible muerte? James Bond, quizás, pero luego nadie más que tú. Te fuiste feliz, mientras que la gente a la que te enfrentaste y la pusiste en su sitio sigue aquí sin poder irse, y no son ni felices ni dignos de vivir. Way que al final nunca muere el que no teme morir.
La memoria tal vez más remota que tengo de mi propia vida es un día que pasé contigo y mi papá en el lago, no sé si pescando o solamente admirando el horizonte, desde un bote que mi mente recuerda alto y estrecho, tenías que alzarme para que pueda ver el agua y el Sol en el atardecer. Tú tenías una chaqueta gris, me acuerdo bien, y la energía de un atleta, yo tenía tres o cuatro años solamente, el pelo aún rubio y enrulado y la mirada fija en mi abuelo, que mi explicaba cosas que hoy ya no recuerdo, pero que seguramente mi inconsciente sí, y que me servirán para siempre.
Cada cosa que reparabas o te la ingeniabas para inventar. Mil juguetes ahora ya regalados vivieron el doble de lo debido gracias a ti, “abuelito arreglador”. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin ti cada navidad? Creo que ya tenía más memoria y el pelo más oscuro cuando cada diciembre iba a visitarte y ayudarte a armar el árbol y el altar del niño. Para el 24 de diciembre la chimenea era un pilar de luces de varios colores, arriba Belén de noche, dibujada como con los dedos, abajo un altar pequeño con varios animales, los tres reyes, José, María y Jesús, cuando aún no podía hablar. En la punta de todo estaba una enorme estrella fugaz, linda y única. Las gradas de la casa eran puro luces, al igual que la puerta y el techo de la entrada. Nadie va a olvidar eso, ni nadie lo va a poder hacer como tú lo hacías. Algunos hasta podrían dudar si lo hacías por fe o por el placer de inventar, yo digo que por los dos. A las doce, sagrado, abrir los regalos uno por uno cantando los nombres de todos. Me acuerdo que me negué a ser tu sucesor cuando me lo pediste, supongo que porque me sobra vergüenza y me falta carisma, y porque quise que tú lo hicieses una vez más.
La navidad era para todos nostros el momento más lindo del año, cuando todo lo que tú y tu amor lograron, se unían.
Y quién no lo pensaría, lograste construir una familia tan linda que hasta te casaste dos veces con la misma persona para reforzar tu amor. Celebraron contigo una vez más cientos de personas, porque ellos eran también eran parte de tu familia. Tu impresionante alegría, carisma y valor para conquistar lo que sea consiguieron cambiar a cada persona que tuvo el gusto y el honor de conocerte.
Pero Dios te dijo que ya era hora de partir y que tu enorme corazón ya estaba un poco agotado de tanto amor. No hubo ningún error, ni hubo tristeza, ni ocurrió una desgracia el 15 de marzo del 2007. Ese día decidiste descansar y dejarnos continuar el camino que nos señalaste, y aunque esta vez no era el momento de celebrar, estabamos felices.
Por eso hoy te escribo, porque gracias a ti estoy donde estoy. Me cuesta creer que a mi lado un hermoso lago se mueve tranquilo y que vivo a unos metros de él, y que hace un año estaba despidiéndome de ti abrazado del ángel que me regalaste. Quisiera haberte podido contar que en cinco meses me estaba yendo a Suiza, a aprender más de lo que tú me enseñaste, y ahora estoy aquí. Paseé por los mismos lugares que tú en París y me acordé de ti. “Londres te va a encantar”.
Además de un juguete, me arreglaste y regalaste una sonrisa. Gracias, porque hoy soy feliz y voy a cumplir con lo que me pediste. Un abrazo enorme desde abajo hasta arriba.
Tu nieto mayor
El anverso del horror
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