El casco, dónde estará el casco. Serpentina, coca ya hay. El poncho, el más grande, sí, ése. ¿Abarcas hay no? Ya, ven Silerico, ésto le vas a regalar vos, de tus abuelos le vas a decir que era, símbolo de tu pueblo. Abrazo y te vas. Lloras con él pues, lindo va a ser, te vas a emocionar, la gente te va a ver y lo mismo va a querer hacer, ¿ya? Ya pues, más rato nos vemos, atento cuando digan tu nombre.
Los portones del despacho del prefecto se abrieron de golpe y Justo Acuña entró. Atrás venían varias personas que, apenas se sentó, rodearon al candidato a la presidencia llenándolo de serpentina, coca pegada al poncho ajeno y un poquito de maquillaje, para la prensa internacional, pues. Juan Carlos, el asistente personal de Justo, se acercó y le colocó el casco de minero en la cabeza, como toque final. Te están esperando.
Justo salió de la prefectura y se subió a la tarima. La banda dejó de tocar y la gente empezó a vociferar el nombre de su próximo presidente. Justo, Justo, Justo es justo, igualdad y justicia con Justo, Justo Pueblo, Justo, Justo Acuña.
Justo Acuña nació en un pueblito llamado Yota, en un valle perdido entre el altiplano, con agua para tomar y lavar la comida para cocinar entre las 10 y 11.30 de la mañana solamente, sin luz a partir de las 4 de la tarde y con una escuelita con tres aulas para 150 personas, y sólo dos aulas en días de lluvia, pero eso sí, canchita tenía. Los camiones que llevaban a la ciudad llegaban los miércoles y los sábados, pero afortunadamente Yota producía papa, camote, lechuga, lentejas, tomate y tenía ganado suficiente. Yota, la isla.
Justo saludó y empezó a prometer igualdad, libertad, educación, salud para los hijos y las madres, cosas que uno promete todos los días. Desayuno, desayuno, platita para el desayuno escolar. Te damos el bono, ahora, que tus wawas lo gasten en los tilines o en ropa, no sé yo, ahí está el bono. Bono para cuando nazca tu wawa, ten nomás wawa tras wawa, bono te vamos a dar. Computadoras para todos los maestros, con internet, para data-show van a
Ché, Juan Carlos, ¿quién ha escrito esto pues?
Inteligente resultó ser, el Justo. Su papá le mostraba libros con fotos del país, del Salar, del Madidi, de
El Silerico se levantó y le entregó a Justo un sombrero lleno de incrustaciones brillosas, hojas de coca, tejidos lindos, de colores, pegados en él. Desde su pueblo había venido, a dos días de viaje, sólo para entregarle el sombrero en nombre de su pueblo. La plaza entera aplaudió mientras Silerico lloraba en el hombro de Justo, pero no como el señor de hace rato le había dicho que llorara, sino de verdad.
A sus diecisiete años, Justo salió de Yota en camión hasta
La inteligencia de Justo lo llevó lejos, más lejos de Yota, más lejos de lo que jamás pensó. La inteligencia, el coraje y la ambición, fueron. Sin embargo, a Justo lo descubrieron un día, sindicalista y (con) movedor de masas, y su inteligencia pasó a un segundo plano, pues a partir de ahí Justo Acuñase convirtió en un símbolo. Esito sería.
Lo habían descubierto los de un partido político con objetivos directamente puestos en el Palacio Quemado para las próximas elecciones. Ésto vas a decir, ésto vas a hacer, el símbolo de esta gente eres, vas a ganar, Justo, el pueblo necesita verse a sí mismo en ti. Vos eres ellos. Y, aunque aturdido por su destino, Justo se dejó llevar por el poder y la manipulación de los de su partido y se convirtió en la promesa de quienes exigían justicia por tantos años de esclavitud, pero que en realidad necesitaban otra cosa.
Mi pueblo es. Justicia no podemos hacer, así que les voy a dar escuelas, escuelas para los niños y para los mismos maestros, para que aprendan a enseñar. Educación para que aprendan a que las wawas no hay que tener así nomás, no se las puede mantener sinos. Eduación sexual. Educación para que no roben y no maten a los que roban. Educación para que entiendan y convivan con el resto de la gente. Tolerancia. Salud para todos, para que no mueran las madres, para que los niños no mueran de diarrea, postas de salud para todos los pueblitos, para mi mamita. Voy a buscar empleo para todos, voy a darles una profesión a todos. Quiero un país, uno de verdad.
Pero no. Como pues, ecuación, educación, ¡no van a entender! Bonos tienes que dar, desayuno, bonos para sus wawas, que los maestros estén contentos. Como pues convivir con el resto, lindo es pues, yo igual quiero, pero no se puede. ¿A los cambas a ver haceles entender? O a estos de aquí afuera. No, no, si la oposición son pues. Y así Justo se convirtió en la imagen del “pueblo”, pero por lo menos su padre pudo verlo en su librito de presidentes, lejos, en Yota, para morirse tranquilo.
***
Afuera se escuchan gritos, balas, gases lacrimógenos. Quieren la cabeza del alcalde por corrupto, otros quieren más plazo para poder pagar los impuestos, otros no quieren pagar impuestos, régimen simplificado somos. Quieren la cabeza del Comandante de
En medio de la guerra, ahí abajo, entre el fuego y los muertos, el Presidente de Bolivia cae desde su balcón, sólo le quedan unos cuantos suspiros y unas cuantas palabras.
Justo saca la moneda de cinco bolivianos jamás gastada que su papá le había regalado al partir de Yota. “La unión es la fuerza”, dice.
Creo que me equivoqué de país, papá.