DÍAS DE GLORIA

“Buscando la verdad no saldremos de la ceguera; debemos utilizar las mentiras para decir la verdad y conquistar el universo con esta verdad, la verdad de nuestras ideas, la verdad de nuestra amistad. No intentemos abrir los ojos, abramos nuestras almas y sintamos esta verdad. Sigamos el ejemplo de un eminente hombre, dejémonos inspirar por él, por lo que hizo y por lo que hará, y atrevámonos a ser lo que, como las aves con las alas, nosotros con las ideas podemos ser: mujeres y hombres libres, hombres y mujeres de bien.

Así como nuestra opinión puede enriquecerse de las demás, también debe hacerlo la de nuestra directora. Invito a ella y a todos los presentes a escuchar la opinión y la constancia de amistad que nos quiere expresar hoy ese hombre, nuestro amigo, nuestro apoyo, alguien de toda la vida y de siempre.”

-Joaquín Tapia Guerra


No cualquiera agarra un día y decide ponerse los cojones para atreverse a lo que antes otro no pudo. No cualquiera decide dar un discurso a su mejor estilo el mismísimo día de la graduación y mandar al carajo a la máxima autoridad del colegio. Menos lo hacen los dos mejores redactores del colegio, y para colmo, el abanderado y el odiado por la directora.

No cualquiera, sólo nosotros.


Había pasado cuatro buenos meses luchando contra la maldita burocracia, intentando hacer valer mi derecho a la educación y reparando errores propios y ajenos, pero sobre todo peleando contra toda la mala leche y saña de este país.

Después de lograr subir dos cursos en un mes (el primero, además) y salir bachiller en la ciudad con la mejor calidad de vida del mundo y por un pelo la mejor educación, hablando un idioma y un dialecto diferente, solo, me vi obligado a volver al país de la mediocridad, donde lo bueno no se valora y el objetivo de poner obstáculos al objetivo no es hacerlo más difícil, sino hacerlo imposible.

Mi papá y yo llegamos hasta el viceministro de educación en medio de cartas, seducas, colegios, consulados y demases. Pasé tres semanas en el colegio donde jamás creí que pasaría un solo día, me enfermé más de tres veces, perdí a mi novia y estuve a punto de rendirme.

El 19 de octubre, luego de una carta del viceministro, amenazas y una puteada histórica de parte mía al perro faldero de la directora, entré al colegio, donde los demás prisioneros me esperaban, sin saber que lo eran, claro, pero al fin y al cabo eran mis amigos.

Fue el último mes junto a mis diez amigos de infancia y el recuerdo de los muchos otros que tuve. Aguanté exclusiones del grupo, hipocresías, tratos “especiales” e incluso yo mismo fui hipócrita al disculparme de la puteada histórica a la coordinadora que muy en el fondo me enorgullecía. Si la vida le da inteligencia como para leer blogs, y la suficiente como para leer uno como este, tal vez algún día se entere.

Las últimas semanas nos la pasamos estudiando a más no poder en casas diferentes, juntos, solos, con mil libros. Yo no estaba en la misma situación pero decidí ayudarlos en absolutamente todo. La presión no era la misma en mí pero podía sentirla. Yo seguí en clases dos semanas solo, uno a uno con el profesor. Dos semanas de hostilidad con la autoridad, pero de complicidad con la mayoría de los profesores. Sólo los inteligentes me sonreían. Llegué a conocerlos bien.

Los últimos días los pasé mal, sabía que no me graduaría con mis amigos de siempre y que tendría que seguir por lo menos dos semanas más, cuando ya nadie más estuviera en clases. Llegó la bendita tanda de exámenes de bachillerato y los nervios llegaron al tope. Vi de todo: a Joaquín corriendo de una punta a otra de felicidad, hasta a Sandrito, llorando abrazado de varios, sin saber si pasaría o no.

Al día siguiente lo vi llorar de nuevo, esta vez era porque había vencido tres coloquios y se iba a graduar.

Todos menos Stephanie estaban adentro. Ni yo.

Un día antes de la graduación, todos felices, menos yo y Stephanie, claro, decidieron comer torta y despedirse. Recuerdo que yo estaba en un momento de ira, pasando inglés y escuchando el último de los miles de consejos psicológicos que recibí de Verónica. Me llamaron como diciendo “ya, ni modo”, a comer el último pedazo de torta y escuchar la despedida de la indeseable.

En ese momento estaban preparando el discurso para el día siguiente, y se suponía que estaba planificado llamarme a decir unas palabras como parte del acto. Pues un día antes esa persona retrocedió y no se atrevió a hacerlo luego de una amenaza de la directora advirtiendo que no quería “sorpresitas” y que “podríamos salir perdiendo”.

Mi pésimo día me dijo que me rinda y que solamente sea un espectador al día siguiente.

Mi pésimo día se equivocó y se transformó en casi uno de los mejores, de no ser porque el siguiente sería aún mejor.

- Flaco, te cagas, yo voy a hacer ese discurso y tú vas a entrar -.

Eso fue lo que dijo Joaquín al aparecerse de la nada en mi casa. No lo podía creer. Le insistí en que no se metiera en problemas por mí, pero me convenció muy a su estilo:

- Si te atreves a hacer algo, lo tienes que hacer hasta el fondo, pero nunca a medias -.

Y bueno, lo hicimos. Escribimos, se cortó la luz en media inspiración pero terminamos. Disfrutamos, como buenos escritores, y de nosotros salieron dos discursos alucinantes.

Joaquín había logrado convertirse en el alumno favorito y “doctor” de la directora del colegio durante mi ausencia, pero lo que realmente vale la pena destacar es que este tipazo se convirtió en un escritor que, como el describiría, “da miedo”. Ya no era chiste. Su valentía ese y el siguiente día le valieron mi admiración y aprecio por siempre.

Por este motivo nuestro plan era tan riesgoso. Decidimos introducir un discurso, o más bien dos, fuera de los planes, cuando él tuviera que entregar la bandera a su sucesor. Pendía todo de un hilo, y además pesaba en nuestra conciencia el riesgo de que por nuestra culpa todos sufrieran o algo saliera mal con todos.

- Al carajo, hasta el fondo o nada.


El 29 de noviembre del 2008 Joaquín y yo nos vestimos diferente, nos sentamos en lugares diferentes y apenas nos miramos. En los bolsillos traseros teníamos nuestros pequeños papeles doblados.

Temprano en la mañana aplaudí a los nueve graduados que entraron uno por uno a la cancha y tomaron asiento. Todos vestían togas amarillas con azul. Yo vestía jeans, camisa celeste a rayas y zapatos negros. Aún recuerdo cómo se sentía vestir esa ropa.

Escuché con calma todos los discursos y homenajes. Vi a cada uno de mis amigos recibir su diploma y a algunos llorar. No pude evitar sentir nervios cuando a Joaquín le tocó ir a entregar la bandera. Se levantó y lo hizo, pero cuando todos esperaban que retornara a su lugar, se acercó al maestro de ceremonia y le dijo algo en voz baja, éste asintió y Joaquín se dirigió al frente.

Cerré los ojos y escuché lo que nadie estaba preparado para escuchar:


“Disculpen mi intromisión. Hoy siento la necesidad de agradecer a todos los que en mi tiempo aquí me apoyaron y enseñaron todo cuanto sé. Creo que esto amerita que me tome el atrevimiento de alterar el cronograma.
Durante todos mis años en este colegio he aprendido a pensar, lo aprendí de mis amigos, de mis profesores, de nuestra directora y del lindo grupo que formamos, a todos ellos un profundo agradecimiento.

Buscando la verdad no saldremos de la ceguera; debemos utilizar las mentiras para decir la verdad y conquistar el universo con esta verdad, la verdad de nuestras ideas, la verdad de nuestra amistad. No intentemos abrir los ojos, abramos nuestras almas y sintamos esta verdad. Sigamos el ejemplo de un eminente hombre, dejémonos inspirar por él, por lo que hizo y por lo que hará, y atrevámonos a ser lo que, como las aves con las alas, nosotros con las ideas podemos ser: mujeres y hombres libres, hombres y mujeres de bien.

Así como nuestra opinión puede enriquecerse de las demás, también debe hacerlo la de nuestra directora. Invito a ella y a todos los presentes a escuchar la opinión y la constancia de amistad que nos quiere expresar hoy ese hombre, nuestro amigo, nuestro apoyo, alguien de toda la vida y de siempre. Andrés, por favor.”


Todos se levantaron y aplaudieron. Yo lo hubiera hecho con más ganas de no ser porque tenía que ir al frente, no por mí, sino por lo que acababa de escuchar.

Me miraron pasar. Cuando llegué, saqué mi papel con nervios, pero cuando miré al frente empecé a hablar como nunca antes lo había hecho. A mi lado estaba Joaquín, y más allá la directora con todo su grupo. Al frente estaban todos mis amigos, mirando y escuchando:


“Muy buenos días a todos los presentes, buenos días querido curso. He pensado muchas veces en cómo dirigirme a ustedes, y aunque me parece difícil, creo que me corresponde hacerlo, hoy y ahora, por última vez, porque siento que he sido parte de este increíble curso toda la vida y siempre lo seré. (interrupción: aplausos). A veces me parece extraño dirigirme a ustedes de manera tan formal, más aún hoy, cuando el día es de ustedes y de nadie más. No se preocupen, aquí nadie saldrá perdiendo.

Durante tantos años junto a ustedes y junto a tanta gente que vino y se fue, hemos crecido juntos y nos hemos formado más como gente con buenos valores humanos que como gente académicamente inteligente. A mí no me interesa si ustedes saben integrar, o si saben qué dice Herbert Marcuse, o si han aprendido la demostración del dipolo eléctrico, a mí me interesa que ustedes sean buenas personas, dignas, nobles, humildes, y a veces un poco soberbias, y yo creo que lo han logrado, y es por eso que hoy están aquí. Cada uno de ustedes ha aportado con un valor enorme, valores que me han ayudado a crecer como persona. Es gracias a ustedes que hoy estoy aquí.

Yo también tengo algo preparado, algo que representa lo que siento por ustedes:

Cada uno tiene una virtud, un valor que sobresale por encima de los demás, y quiero resaltarlos uno por uno:

Yoshy: Tú representas para mí la humildad y honestidad. Eres sencilla, muy tú.

Mathiu: Eres la parte que hace que el hombre vuele y cree, lo irracional, el artista.

Iver: Eres el caballero de este curso, gentil, cordial, creo que has aprendido muchísimo este tiempo.

Stephie: Representas la enorme tolerancia de este curso, y hoy mereces estar con nosotros.

Kitty: Durante doce años o más, me has demostrado ser la amistad de este curso, alguien que jamás nos ha hecho falta, porque siempre estuvo ahí.

Gia: Eres una linda persona, desinteresada, das mucho y no pides nada a cambio, tienes iniciativa.

Sandro: Para mí representas nuestra unión. Desde tu humor hasta tus lágrimas, ayer, y hoy, nos han unido.

Fa: Eres chistoso, pero sobre todo leal. En tan poco tiempo has estado siempre a mi lado.

Ale: Eres tierna, me has demostrado que jamás te rindes, siempre con esa sonrisa que últimamente te has animado a sacar más a menudo.

Juaco: Tú representas la grandeza. Eres muy valiente, inteligente, pensador y sobre todo un extraordinario amigo. Por algo eres tú el que está hoy parado junto a mí.

Todos ustedes merecen estar hoy aquí, todos. Hoy tengo diez buenas razones para estar aquí…son en realidad las razones por las que siempre he estado aquí: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Me han demostrado ser las diez mejores personas que he conocido en mis doce años de colegio.

Es por eso que quiero invitar a todos los presentes a dar un gran aplauso por la mejor promoción que ha pisado este colegio”.


Todos se levantaron y aplaudieron, junto conmigo. El aplauso era para ellos, no para mí. El maestro de ceremonia pidió otro para mí.

- Un aplauso para este hombre que sigue en pie y no derramó ni una lágrima -.

Entonces me percaté de eso. Todo mi curso estaba llorando, y muchos en el público también.

- Muchas gracias. A ustedes, todo lo mejor en esta vida, siempre – y me fui, justo cuando la directora se había levantado para pedir que me vaya.

Lo primero que hice fue abrazar a Joaquín a mi lado, y luego caminé a mi sitio, pero a medio camino pidieron que abrace a cada uno de mis amigos.

Fue extraño. Sólo dos no lloraron. Yo tampoco. Nos tomamos nuestro tiempo. Llegué a uno de mis mejores amigos y se disculpó a lágrima suelta el no haberme apoyado el día anterior. El último fue Joaquín, que parecía haber perdido un pariente.

Caminé a mi sitio, guardé el discurso pero tuve que volver otra vez. Me llamaron para soltar los globos con mi curso. Me gradué.

Lo último fue lo más aburrido. Casi nadie escuchó las palabras de la directora. En medio de su balbuceo se me acercaron algunos papás y buenos amigos míos. Al final la directora no hizo el brindis y nos enteramos que se había subido a su Murano sin despedirse de nadie.

Me entregaron un enorme girasol, regalos, dulces y miles de abrazos. El papá de una amiga se me acercó y lloró en mi hombro como si fuera mi hijo. El maestro de ceremonia se acercó y me felicitó. No faltó el desubicado que encontró nuestro acto inoportuno, pero los guiños secretos de los profesores lo hicieron poco importante.

- Vamos a tener que rajarnos si queremos superar esto el próximo año – me dijo un amigo de un curso menor.

Nuestro día de gloria termino en un café. Joaquín y yo brindamos, nos dimos la mano y descansamos para festejar en la noche.


Aún así, todavía me faltaba salir bachiller. Pasé las últimas dos semanas de colegio solo, estudiando como nunca antes en mi vida, de autodidacta, pero me sentía graduado. Le di a esa gente lo que quería. Terminé dando dos desquites temblando pálido en medio de un aula con tres profesores y un intento de profesora, una más de las cómplices de la directora. Fue un 16 de diciembre. Vencí mis dos exámenes orales y salí por la puerta ese martes soleado. Estiré los brazos y caminé hacia el lugar donde me sentaba con Alejandra a charlar a veces. Ahí estaba aún su nombre escrito en las gradas. Lo vi por última vez y me despedí. Ese día mi papá cumplía 47 años.

En ese lugar viví de todo. Reí como nunca, comí de todo, aprendí tal vez el 1% de lo que sé, metí algunos goles y vi algunos otros mejores, vi la presión de esos malditos exámenes, vi la injusticia, vi la felicidad, vi la ira, vi la grandeza, vi la corrupción, vi el éxito, vi la mediocridad, vi la gloria, viví y demostré coraje, pero sobre todo hice amigos y aún los veo y quiero. Lo bueno es que en ese lugar hay más cosas buenas que malas.

Nunca olvidaré el día que Joaquín me demostró que no importa bajo qué riesgo ni consecuencias, siempre hay que hacer lo correcto, mientras tú creas en ello.

Si vamos a despedirnos, que sea con estilo.

“…yo en realidad no he hecho otra cosa, en mi vida, más que llevar hasta las últimas consecuencias lo que vosotros no os atrevéis a llevar hasta la mitad, estimando, además, razonable vuestra cobardía, y con el consuelo de que os engañáis a vosotros mismos. Así resulta que yo estoy más vivo que vosotros”

- Fíodor Dostoievski

21 de marzo de 2009

 
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