LA VUELTA AL INFINITO



No recuerdo qué día de mayo fue cuando decidimos ir a darle la vuelta al lago de Zürich en bici, Camilo, Dani y yo. Más de treinta kilómetros partiendo de la Estación Central de Zürich a las nueve de la mañana y finalizando en el mismo lugar en un tiempo planificado de cuatro y media a cinco horas, pasando por toda la costa del lago, sin saltarse ningún pueblo y sin importar el clima ni ningún otro obstáculo.


Lo que sí recuerdo es que era un feriado y mucha gente estaba de viaje, incluyendo a mi familia. Desperté con el espléndido y en cierto momento insoportable Sol de verano. Agarré la flamante bici de carreras que mi hermano me había prestado y partí a la Estación Central. Ni bien llegué a la ciudad, una de las ruedas se trancó en una de las vías del tram y mi botella de aluminio voló y no la volví a ver. Por suerte no le sucedió lo mismo a mi rodilla, ya que el tram 11 pasó 10 segundos luego de que logré sacar la rueda de las vías. Seguí por la avenida principal y llegué.


Ahí estaba Camilo Belfiore, el español de Vigo, con una lata de Energy Drink de Migros, dando vueltas por la estación.


- Eh, tío, ¿estas son horas de llegar? – en broma.

- Casi pierdo una pierna, el tram casi me atropella y creo que un auto aplanó mi botella.

- Pero que eres pardo tío, jajaja, ¿en serio?

- Jajajaja sí, ¿me acompañas a ver si sigue ahí?

- Jajaja vamos, Dani dice que llega 9.34


Llegamos al lugar del accidente y 10 metros más atrás vimos un pedazo metálico azul brillante.


- Diosss, tú si que estás loco, ¿qué hiciste para que tu botella quedara así?


Fui a recogerla y sólo quedaba un pedazo de aluminio, sin tapa y obviamente sin una gota de agua.


- Jajaja hombre, si casi mueres antes de llegar al punto de encuentro dudo que lleguemos a medio camino.

- Jajaja bueno, ya me acostumbré a esta bicicleta, es algo complicada de manejar.


Volvimos a la Estación. Dani aún no había llegado. Dimos vueltas por el lugar, fuimos al supermercado a comprar cosas para el viaje y lo esperamos. Lo vimos llegar de lejos, montado en su bici, quisimos aparecer por detrás para darle un susto pero empezamos a dar vueltas y fue él quien terminó apareciendo detrás nuestro.


Dani Wüest, el suizo de casi dos metros, estaba montado en su bici saltando mirándo a todos con sus lentes oscuros.


- Hey, perdonen – sonrió, hablando en suizo alemán siempre - ¿Qué tal, en forma?

- Claro, vamos antes de que a Andrés le pase algo – me miró, rió y todos partimos.


Camilo y Dani son los únicos amigos hombres que tengo en Suiza, por falta de más hombres, por falta de entendimiento con otros hombres y por la mejor relación que tenía con las mujeres allá. Ese día decidí pasar el día con mis mejores amigos hombres y darle la vuelta al objeto de mi deslumbramiento cada día de mi vida en esa ciudad, el lago de Zürich.


Es diferente mirar el mundo desde una ventana que hacerlo más en contacto con él, con más detenimiento y con tus amigos. Pasé por cada pueblo al borde del lago admirándolo todo, como en trance, sin sentir las piernas ni el calor. Cada casa pequeña, cada árbol verde, cada espacio verde entre los árboles donde se posaba la gente a disfrutar del viento a la sombra y de vez en cuando entrando al agua. Cada cierto tiempo pasábamos cerca de los veleros que hacían carreras y competíamos con ellos, como si nosotros estuviéramos también navegando por el lago, ya sin que nos importe qué había al frente nuestro. Éramos el agua, el viento, los veleros y nosotros tres.


Nos detuvimos un par de veces a tomar agua, a charlar, a reparar alguna bici, a observar algo raro en el camino o a decidir si ir por allá o por acá. Antes de medio camino nos dimos cuenta de que ya deberíamos haber llegado a la meta, y el cansancio ya se empezaba a sentir.


Llegamos a Männedorf y nos detuvimos a tomar algo en un kiosco. Vimos llegar el famoso barco de once millones de francos, lujosísimo. Seguimos nuestro camino y llegando a Stäfa decidimos que las piernas tenían que descansar. Tomamos un helado y replanteamos la estrategia. Bastante simple: desde ahora sin parar. Jajajaja todos reímos.


- Hombre ya vamos cinco horas, está por llover y no hemos llegado a Rapperswil siquiera, la mitad del camino. Vamos a llegar de noche – dijo Camilo.

- Que nadie se entere – dijo Dani.


Seguimos a toda velocidad, cerca de 60 kms. por hora cada uno hasta Rapperswil, la mitad del camino y el otro extremo del lago. Ahí almorzamos, como a las tres de la tarde, y seguimos, ya recuperados.


Llegamos a un enorme puente y nos tomamos fotos. Ahí estaban los paisajes que jamás voy a olvidar. Mis mejores amigos, y detrás nuestro un lago infinito. Lo miré mucho tiempo y llegó un momento en el que olvidé que estaba ahí. No se escuchaba nada más que el viento y las olas. Sentía mi cabeza moverse junto con el agua, como si me llevara hasta la orilla de la ciudad, al otro lado, donde estábamos hace cinco horas.


El siguiente tramo fue rapidísimo, lo hicimos en tres horas sin descansar hasta Zürich a 60 kms. por hora con el viento ya frío en nuestras caras. A nuestro lado, siempre derecho, se veía una línea turquesa con ya menos barcos y veleros, subiendo y bajando levemente.


- !!Por si acasooo, si alguien pregunta, llegamos a Zürich en tres horas sin desvíos ni accidenteeees!!!!– gritó Camilo a mi lado.

- ¡!!!!Buenoooooo!!! – gritamos Dani y yo.


Llegamos a Zürich a las nueve de la noche, once horas después de la partida y seis horas después de lo planificado con más de diez pausas, tomando helado, almorzando una hora, sacándonos fotos, con un accidente, riendo y admirando el lago infinito.


Nos despedimos de Dani, que tomó el tren y tuvo que pagar diez francos por llevar la bici, y Camilo y yo nos fuimos en bici a nuestras casas.



- ¿Andrés?– me dijo alguien. Desperté en la hamaca de mi jardín al día siguiente, mi hermano había llegado.



Hay anécdotas en la vida que no tienen que tener mensajes o lecciones de vida, son cosas que simplemente se tienen que contar por el hecho de haber quedado en la memoria. Ese día no lo olvidaré. Ahora mismo puedo ver mi botella de aluminio plana, aplastada por el automóvil que pasó ese día por Zürich, aquí, apoyada en la repisa de mi cuarto, recordando a Dani y a Camilo.



- ¡Hey amante! – se acercó Lea, mi “amante” suiza-costarriqueña, al día siguiente, con un beso, hablando en suizo alemán- ¿y cuánto tardaron ayer en darle la vuelta al lago?


Sonreí.


- Tres horas– y le devolví el beso.




9 de febrero de 2009

 
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